Para mí tengo que el problema de la inmigración en España está muy cerca de convertirse en irresoluble. Entre otras causas, porque las premisas que se esgrimen a favor y en contra tienen casi todas, en mayor o menor medida, una pizca de razón. Cómo no acogerse, entre las posiciones aperturistas, al enfoque humanitario u olvidar que es un fenómeno que puede aportar beneficios económicos y culturales a nuestro país. Pero, al tiempo, cómo no entender también que preocupa la inseguridad, la salvaguarda de nuestra identidad o la presión que tal avalancha añade a nuestros sistemas de salud, educación o bienestar social. Dejo fuera, claro, aquellos discursos que inciden en el odio o en la xenofobia. Pero no incluyo en ellos la demanda de una inmigración regular, que la propia Europa reclama, y la

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