Un día como cualquier otro sucede algo impredecible: hombres y mujeres, según dicen obedeciendo un sentido difuso del deber ante el llamado del destino, comienzan a agruparse en un edificio insigne de su país.

Van por el flanco izquierdo, por el derecho, por la retaguardia e incluso por el frente. Todos parecen disfrazados, como si se dirigieran a una fiesta temática.

En pleno siglo 21, durante el invierno, apenas seis días después del comienzo del año, vestidos como soldados o vikingos avanzan entonces desordenadamente hacia el objetivo y gritan vaguedades en forma de consignas que expresan indignación y descontento.

Victorean un nombre, formulan también un deseo: se refieren a la restitución de la grandeza de su nación. Si la escala fuera menor podría ser un evento de cosplayers, pero

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