La memoria cultural de una ciudad no siempre se conserva en los grandes monumentos ni en las instituciones oficiales. A veces está contenida en un hogar de paredes desgastadas, en un corredor donde alguna vez resonó la música de una orquesta, o en los silencios de quienes resistieron la violencia y el olvido. En Medellín, esa memoria tiene nombre propio: Salsipuedes, la casa que el escultor Jorge Marín Vieco levantó en 1939 y que, con el tiempo, se convirtió en escenario de tertulias literarias, ensayos musicales y encuentros que marcaron la vida artística del país. Hoy, pese a las dificultades económicas y a las huellas de la violencia, su hijo Jorge Alberto Marín Vieco insiste en mantenerla en pie como museo, aunque reconoce que no es un camino sencillo.
Y es que para él, el valor de la