La primera sensación fue de incredulidad. Era una tarde de junio cuando, mientras caminaba por las calles de Quilpué junto a su hijo, Daniel Marceli tuvo que detener el paso. Le había entrado un correo electrónico inesperado: desde Qatar lo querían a él, sin postulación previa ni aviso alguno, para dar vida a uno de los muros de la pista olímpica de ciclismo. “Lo único que quería era llegar a la casa, buscar un mapa y mostrarle a mi hijo desde dónde me estaban escribiendo”, recuerda Marceli.
Entonces, lo que parecía un mensaje improbable terminó siendo cierto. A través de Ian Urbina, un periodista del New York Times con el que colaboró hace unos años, su obra de ballenas que ya cuenta con alta notoriedad en Chile y el extranjero, llamó la atención de curadores qataríes. Fue así como el mu