Si alguien duda de que vivimos en un Show de Truman en el que nos toman por Truman, debería valorar, vistos los últimos episodios de la serie política, que a los guionistas se les está yendo de las manos la historia que se trastabilla enredada en un delirio aturullado. Sin orden, ni argumento. Nuestro día a día es un slapstick. Un alocado astracán carente de gracia y sin la elegancia de la screwball comedy, lleno de golpes, caídas y persecuciones que acaba en una batalla de tartas en cada pleno del Congreso. Si esto no es ficción, deambulamos en uno de esos sueños surrealistas llenos de sombras que se diluyen como en una película expresionista.
Porque si no, ¿cómo se explica racionalmente que quienes derrochan dinero a manos llenas con sus embajaditas catalanas de la señorita Pepis, su de