En la narrativa del deporte, los protagonistas suelen ser claros: el goleador que salva en el último minuto, el portero que se estira como felino o el corredor que rompe la cinta con el pecho. Y luego está el árbitro. Ese personaje vestido de negro o fluorescente que nunca sale en las portadas (salvo cuando se equivoca) y que parece condenado a un rol ingrato: si lo hace bien, nadie lo nota; si lo hace mal, se convierte en villano nacional. ¿Es el árbitro un héroe invisible o un villano inevitable?
Para empezar, la labor arbitral es una paradoja. Su función es garantizar justicia dentro del campo, pero su éxito radica en pasar desapercibido. El árbitro perfecto es como el Wi-Fi perfecto: solo te das cuenta de él cuando falla. Mientras los jugadores pueden equivocarse cien veces y aún así