Empieza a ser menos infrecuente encontrar en la cartelera propuestas teatrales que, sin renunciar a la palabra literaria como elemento fundamental de su dramaturgia, tengan una vocación más poética que dramática, más lírica que narrativa, más simbólica que naturalista. Creo saber lo que digo porque yo mismo, advirtiendo esa carencia, monté una compañía hace más de un lustro que tenía -y tiene- como objetivo ocupar, modestamente, un tranquilo huequecito en lo que parecía, desde el punto de vista poético, un páramo desolador. Afortunadamente, como digo, la cosa ha empezado a cambiar, y de vez en cuando llega a la cartelera algún que otro trabajo, arriesgado y original, que trata de explorar esa dimensión escénica que puede y debe tener la poesía. Por ejemplo, en el mismo Teatro de La Abadía

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