En toda conversación vinera es cuestión de tiempo que salga lo que yo llamo “la cuestión francesa”. A veces se manifiesta en la variante llamada “la cuestión italiana”, pero normalmente es la francesa. “La cuestión francesa” —entre civiles, un iniciado tiene superada esa pantalla— consiste en afear la calidad de nuestro país vecino recurriendo a su precio.
Es un “por lo que allí cuesta un buen vino, aquí me compro tres” o, visto al contrario, “si este vino (que es español) fuera francés, costaría el triple”. Dejando de lado que no se dan cuenta de que, aunque esto fuera verdad, no dejaría de ser un suceso admirable, ya que obedecería a un gran trabajo de comercialización y divulgación francés que exige recursos, tanto de fuerza laboral, como de tiempo, formación y conocimiento, lo que se