En un pequeño municipio de Galicia, cada año se celebra una procesión en la que algunos habitantes son transportados en ataúdes abiertos mientras sus familiares los acompañan en silencio.
La tradición nació como agradecimiento a la Virgen por haber sobrevivido a enfermedades o accidentes. Quienes estuvieron cerca de la muerte se acuestan en los ataúdes como símbolo de renacer.
El desfile mezcla lo solemne con lo insólito, pues los participantes suelen levantarse de sus féretros al final para celebrar entre risas y música popular.
Este ritual, aunque extraño, refleja la forma en que las culturas enfrentan el miedo a la muerte transformándolo en una fiesta de vida.