CDMX.- Por un besito ni dos a nadie castiga Dios. No fue un par de besos, sino muchos, los que en el soledoso y umbrío paraje llamado El Ensalivadero le dio el lascivo galán a la candorosa joven a quien acababa de conocer en una reu (así se dice ahora por decir «reunión»). A los tales besos -mordelones, lametones y de chupetones- siguieron caricias encendidas que inevitablemente llevaron a la realización del consabido acto natural. Bien dice el antiguo proverbio admonitorio: «Besos, caricias, y hasta ahí nomás, eso nunca lo verás». Y aquel otro dicho de nuestros abuelos: «Abrazos y besos no hacen hijos, pero son preparatijos». Concluido el erótico trance, ella le preguntó a él: «¿Cómo te llamas, de dónde eres y a qué te dedicas?». Ante ese extraño interrogatorio inquirió él, receloso: «¿Po

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