Cuando Francesco Acerbi mató con crueldad el sueño de la final de Múnich, la frustración se apoderó del barcelonismo. También arraigó con fuerza la opinión de que si el Barça de Hansi Flick hubiera llegado, habría tenido opciones de ganarla, por mucho que enfrente estuviera el todopoderoso PSG de Luis Enrique. El sabor de la pasada temporada fue especial, mágico. Por eso la rúa de celebración de los títulos tuvo una pátina onírica, como si fuera un presagio de lo que está por venir. En el inicio del año II de Flick, las ilusiones se vierten en la Champions, porque esta vez debería ser que sí. El culé terminó el curso con la autoestima altísima, mérito justificado del entrenador y de unos jugadores que subieron el nivel por encima de sus posibilidades. Y ahora lo que quiere saber es si, d
¿Hay que traicionarse a sí mismo?

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