Una fotografía de Roy Harold Fitzgerald bastó para convencer a Henry Willson, un cazatalentos de Hollywood de la época. Eso sí, su incipiente colaboración debía concretarse a cambio de algo: que pasara a llamarse Rock Hudson, un guiño al Peñón de Gibraltar y al río Hudson. Pese a que la idea no le gustó, el actor aceptó la propuesta y llegó con ese llamativo nombre a Los Angeles, la ciudad donde debía instalarse cualquier aspirante con deseo de triunfar en la pantalla grande.
A la larga, así es como lo conocería Estados Unidos y como aparecería en los créditos de filmes como Sublime obsesión (1954), Lo que el cielo nos da (1955) y Gigante (1956), largometrajes en los que compartió cartel con figuras de la talla de Jane Wyman, Elizabeth Taylor y James Dean. Tras irrumpir en los 50, se conv