El lunes, durante el anuncio del nuevo plan de paz para Oriente Medio, era sencillo adivinar en la trastienda de ese ambicioso proyecto la larga mano de las opulentas potencias árabes asociadas a nivel político, económico y personal con el presidente norteamericano. El acuerdo propone un complejo camino por el medio.
Le brinda una victoria al líder israelí, Benjamín Netanyahu, pero no a su gobierno. Un triunfo por puntos. Se desarmaría la banda terrorista como pretende este polémico mandatario y las potencias árabes y liberan a la totalidad de los rehenes israelíes secuestrados en la masacre de hace dos años. Pero se fulmina la limpieza étnica que alentaban los socios integristas del Ejecutivo israelí, lo que se traduce en que no habrá anexión del territorio de Gaza y menos aún del