En un supermercado del este de Caracas, un hombre de unos 70 años se queja del precio de la carne. Murmura que cada vez que va a comprar, el kilo sube uno o dos dólares. “Ya no se podrá comer carne”, concluye mientras deja el paquete en el mismo estante donde lo tomó.
En otro pasillo, una mujer de mediana edad coloca varios productos importados en su carrito. No luce preocupada. A pocos metros, en una de las cajas, otra persona devuelve parte de lo que pensaba llevar. “No hay dinero que alcance”, comenta con frustración.
La realidad económica de los venezolanos es compleja, varía según la ciudad porque no luce igual la capital que el resto del país y, en ocasiones, incluso los cambios se evidencian de una calle a otra. O en un mismo supermercado, entre caja y caja, la experiencia de comp