Colombia, un país que enfrentó durante décadas conflictos internos, parece haber encontrado un nuevo y lucrativo nicho de mercado: la exportación de combatientes experimentados.

A medida que la violencia se redujo tras los acuerdos de paz con la guerrilla, miles de soldados, policías, paramilitares y guerrilleros quedaron sin empleo, pero dotados de una habilidad muy solicitada en el escenario global: la capacidad de combatir.

Este fenómeno, alimentado por la precariedad económica y la falta de oportunidades, ha convertido a Colombia en una de las principales fuentes de mercenarios para conflictos armados en todo el mundo.

Desde la Guerra de Ucrania hasta los problemas en Medio Oriente, pasando por golpes de Estado en África, los “soldados de fortuna” colombianos se han vuelto una pieza

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