Durante 91 años, María Luisa “Rosita” Cajal vivió sin imaginar que, en el norte del país, una familia entera la esperaba con los brazos abiertos. En su memoria, el misterio de su origen estaba resuelto: le habían dicho que su madre biológica había muerto al darla a luz . Cada Día de la Madre, Rosita llevaba flores a la cruz mayor de un cementerio en Córdoba para recordar a esa mujer a la que nunca conoció. En parte, buscaba sanar las culpas de una supuesta tragedia por la que se sentía responsable.

Pero lo que creía cierto era una mentira. Su nieta Julieta decidió ir más allá de las historias contadas y, a través de un test de ADN ancestral , abrió una puerta que permanecía cerrada. Así fue como Rosita, o “Luiki” -como la llaman sus seres queridos-, conoció a sus hermanos y abrazó p

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