urante siglos, tres destinos dominaron el imaginario religioso del mundo cristiano: Roma , centro del papado; Jerusalén , la tierra sagrada donde murió y resucitó Cristo; y, sorprendentemente para muchos, una ciudad española que llegó a eclipsarlas en popularidad, devoción y afluencia de peregrinos.
Hablamos de Santiago de Compostela , la capital espiritual del noroeste peninsular y uno de los lugares más visitados del planeta durante la Edad Media.
En una época en la que los viajes eran una aventura peligrosa, incierta y lenta, miles de hombres y mujeres cruzaban Europa a pie, a caballo o en barco solo para llegar hasta la tumba del apóstol Santiago el Mayor. El Camino de Santiago se convirtió en una red de rutas tan extensa y transitada que transformó la historia del continente. Y durante varios siglos, Compostela fue más visitada que Roma y más reverenciada que Jerusalén .
El nacimiento de una ciudad santa
Todo comenzó en el siglo IX, cuando el ermitaño Pelayo aseguró haber visto unas luces misteriosas en el bosque de Libredón. Aquellas “estrellas” guiaron a los creyentes hasta un sepulcro que, según la tradición, guardaba los restos del apóstol Santiago. Pronto, el hallazgo llegó a oídos del rey Alfonso II el Casto, que ordenó levantar una capilla sobre el lugar. Así nació Santiago de Compostela , cuyo nombre procede del latín Campus Stellae (“campo de la estrella”).
Pero lo que empezó como un santuario modesto se convirtió en una auténtica metrópoli espiritual. En los siglos XI y XII, Compostela era ya uno de los tres grandes centros de peregrinación del cristianismo , junto con Roma y Jerusalén. De hecho, muchos viajeros medievales consideraban más seguro —y más accesible— llegar hasta Santiago que aventurarse en las rutas del Oriente Próximo.
El monje francés Aimery Picaud, en su célebre Códice Calixtino (siglo XII), describía el camino como “la ruta de los cielos”, un recorrido no solo físico, sino espiritual, en el que cada paso acercaba al peregrino a la redención.
El Camino: la gran autopista de la fe
A través de los Pirineos entraban cada día cientos de peregrinos procedentes de Francia, Alemania, Italia o Inglaterra. Cruzaban montañas, ríos y llanuras hasta llegar a Compostela, donde los esperaba una de las catedrales más impresionantes del mundo medieval.
Las posadas, hospitales y monasterios que se fundaron a lo largo del Camino de Santiago crearon una red de intercambio cultural y económico sin precedentes. Ciudades como Pamplona, Burgos o León crecieron gracias a los peregrinos, y el flujo constante de viajeros convirtió la ruta en una de las arterias comerciales más dinámicas de Europa .
Las historias que circulaban sobre milagros, apariciones y reliquias multiplicaron aún más la devoción. Se decía que quien alcanzaba la tumba del apóstol y recibía su bendición quedaba libre de sus pecados. Era el sueño de toda una vida.
Más que una peregrinación, un fenómeno global
A partir del siglo XII, el prestigio de Santiago de Compostela era tal que incluso los reyes europeos enviaban emisarios para rendir homenaje al apóstol. La ciudad contaba con una catedral monumental , iniciada por el obispo Diego Peláez y culminada por el maestro Mateo con su célebre Pórtico de la Gloria , una obra maestra del románico.
Los cronistas de la época hablaban de una Compostela rebosante de vida: calles llenas de peregrinos, mercaderes, artistas y clérigos. En su apogeo, la ciudad fue un crisol de culturas , donde se mezclaban idiomas, monedas y costumbres. Incluso los musulmanes del sur de la Península conocían su fama.
Por eso, cuando los cronistas medievales decían que Santiago rivalizaba con Roma y Jerusalén, no exageraban. Roma representaba la autoridad, Jerusalén el origen, pero Santiago simbolizaba la esperanza , el punto de encuentro entre la fe y el camino, entre el alma y la tierra.