No era solo un concierto: era una ceremonia generacional donde abuelos, padres y millennials compartían el mismo código emocional.
Saúl Hernández, con esa mirada de chamán urbano que lo caracteriza, dejó caer el primer acorde de "Hasta morir" mientras el escenario se teñía de tonos granate. La magia ocurrió en el tercer compás : 8,000 personas sincronizadas en un solo movimiento, como si alguien hubiera accionado un interruptor colectivo.
Lo que siguió fue una clase magistral de cómo los verdaderos iconos del rock mexicano no necesitan grandes producciones. Bastaban:
Las palmas ahuecadas contra el pecho durante "Viento"
El grito gutural en "La célula que explota" que hizo erizar pieles
Esa mirada cómplice entre Alfonso André y su batería, como si aún disfrutaran como adolescen