Por más que proclamen sus virtudes, el diálogo es despreciado en los hechos por los políticos argentinos. Es cierto que no por todos, pero evidentemente sí por los que llegan al poder. Sobre todo, los presidentes padecen una suerte de síndrome He-Man, que refiere al personaje de la serie animada de los años 80 que se transformaba en el ser más poderoso del universo al grito de “¡Tengo el poder!”.

El problema es que la realidad -signada por los graves desafíos que desde hace décadas afronta el país- les termina demostrando que solos no pueden para sacar a la Argentina adelante. Claro que cuando se dan cuenta de que hacen falta acuerdos, ya es tarde. O porque la crisis les estalló de la peor forma o porque se encaminan irremediablemente a una derrota electoral al haber fracasado.

Desde

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