Solo en el desierto marciano, un robot buscaba respuestas. Era 2012 y el rover Curiosity de la NASA recogió un pequeño montón de arena, lo ingirió y lo bombardeó con rayos X.
El intrépido robot iba a averiguar de qué estaba hecha esa arena, buscando también información sobre la presencia histórica de agua en Marte, ya que cualquier rastro de agua en esta polvorienta llanura roja había desaparecido hacía mucho tiempo.
Casi un siglo antes, en 1915, William y Lawrence Bragg, un equipo formado por padre e hijo, habían ganado el Premio Nobel de Física por su trabajo sobre la cristalografía de rayos X, una técnica que permite determinar las estructuras atómicas y moleculares de los cristales mediante el estudio de cómo los rayos X se difractan o desvían cuando interactúan con ellos.
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