La bandera palestina ondea en la entrada de mi pequeño y perdido pueblo, adorna el balcón de muchos vecinos. Está en la solapa y el corazón de muchos amigos. Los rostros de ellos en el móvil han sido sustituidos por sus colores. Inunda las más anchas avenidas, bloquea macroeventos. Italia se paraliza y los institutos se vacían. Los ciclistas pedalean, bajo su inquieto algodón. Enciendo la tele y contemplo también su verde, negro, blanco y rojo en la chaqueta y el vestido de los famosos, sobre las lentejuelas de las estrellas de cine.

Vuelco sobre mi solapa y necesariamente me habré de preguntar por qué no la hallo. ¿Por qué no me hago uno con esta bandera que ha unificado tantos corazones desperdigados, que ha conseguido acercar a las voluntades dispersas, que ha logrado arrimar tras ella

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