El subastador pensó que perdía su tiempo mostrando ese viejo violín estropeado y arañado, pero aun así, lo mostró. “¿Cuánto ofrecen, buena gente?”, gritó. “¿Quién hará la primera oferta? “¡Un dólar, un dólar!”, se escuchó. “¡Dos!”. “¿Sólo dos dólares? ¿Hay alguien que dé tres?”. “¡Tres dólares!”. “¡Tres dólares, a la una, a las dos... Que se va por tres”. Pero ¡no! Un hombre canoso se puso de pie, llegó adelante y tomó en sus manos el arco. Limpiando el polvo del viejo violín armonizó sus cuerdas y tocó una melodía muy tierna. Al cesar la música el subastador dijo, en voz muy baja y más bien para sí: “¿Cuánto daría yo por tener este viejo violín?”. Y tomándolo con más cariño lo volvió a levantar: “¡Cien dólares! ¿Y quién da doscientos?”. “¡Doscientos!... ¡Trescientos!”, ofrecieron. “¡Tresc

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