Hasta los buenos tipos se mueren. Eso le pasó a Miguel Ángel Russo . A la hora del último adiós se desconocen enemigos o enemistades irreconciliables. Todo lo contrario. Ese Miguelo de la sonrisa permanente, de la carcajada que a veces estallaba en los momentos menos pensados fue uno de los tipos más queridos en el mundo futbolero . Por los jugadores, los dirigentes, los periodistas y por los hinchas sin importar de qué color tuvieran pintado su corazón. Caía bien Miguel . Era agradable en la charla. Difícil recordar un desplante o un fuera de foco. Pillo, bien de barrio en su Lanús natal, recorrió mundo y allí donde estuvo dejó un recuerdo entrañable y, ahora, una herida que no cerrará.

¿Por qué era tan querido, tan aceptado ese Miguel de los impecables dientes blancos que rompía

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