Por Jorge González.

El 16 de diciembre de 2007, entrada la madrugada, el lobby del hotel Sheraton Bay de Yokohama, había quedado vacío de hinchas de Boca y allegados al plantel, apesadumbrados por la derrota ante el Milan, en la final intercontinental disputada en el estadio Internacional.

De pronto, apareció Miguel Angel Russo, cabizbajo, triste, pero entero, se sentó en un mullido sillón, y no dijo ni una palabra, solo con sus pensamientos, estuvo un rato pensando, hasta que me acerqué y le dí un abrazo. Me respondió con una leve sonrisa. "Estoy triste", me dijo y agregó: "dimos todo, no se pudo, ellos tienen un gran equipo".

Boca, había perdido la final Intercontinental 4 a 2 . Todo era desazón . "El viaje de regreso será durísimo", balbuceó. Miguel Angel Russo, aquel entrenado

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