Hubiera sido la culminación artística de Mauricio Macri: cantar en un teatro imitando a Freddie Mercury , aunque ni se acercaba al rango vocal del cantante de Queen (cuatro octavas). No pudo, ni como presidente, concederse ese placer, aunque antes había ensayado varias veces esa debilidad infantil hasta que, en una reunión, como se sabe, casi pierde la vida porque se atragantó con un bigote postizo que lo mostraba parecido al extravagante músico. Se salvó por la intervención de un médico al cual luego convirtió en ministro. Menos se atrevió a los compases de baile, su hechicera; ese placer se lo guardó para sí mismo.

Tampoco Carlos Menem, que se atrevía a todo, se arriesgó a cantar siquiera en un estadio su tango preferido, “Naranjo en flor” . Justo él se perdió la oportunidad c

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