En ese hall por el que pasó el ataúd de La Raulito, de Paulo Valentim, de la histórica lavandera del club, Doña Julia y de las víctimas de la Puerta 12, miles de hormigas se arrodillan ante "Miguelo". Algunos dan las gracias, otros se persignan, pero otro tanto pide perdón, carcomido por la culpa: semanas atrás lo cuestionaban sin entender que ese cuerpo agotado ya no tenía más armas para evitar irse.
En las lágrimas de cientos está el arrepentimiento. Por superficialidad, por reduccionismo, por negación, un grupo no quiso darse cuenta (o no pudo). A Miguel Ángel Russo le dolía hasta respirar. Lloraba en conferencia, consciente de sus últimas veces. Parecía mirarlo todo como quien graba para llevarse la película quién sabe adónde.
Por dentro muchos le ofrecen disculpas. Los apuñal