De Liubliana a Plovdiv pasando por Breslavia, estas ciudades europeas no suelen estar en las listas más turísticas, pero esconden rincones que merecen mucho la pena conocer

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Europa está llena de destinos que todos reconocemos al instante: París, Roma, Londres, Ámsterdam… Ciudades espectaculares, pero también abarrotadas, caras y que transmiten la sensación de conocerlas, aunque no hayamos estado. Viajar hasta allí sigue siendo interesante, claro, pero el bullicio y las colas interminables pueden acabar robándoles parte del encanto.

Mientras tanto, hay otras ciudades más pequeñas, discretas y menos visitadas que se quedan fuera de los grandes mapas turísticos. Lugares que sorprenden por su patrimonio, su ambiente relajado y su autenticidad. Ciudades donde todavía es posible caminar sin empujones, encontrar terrazas llenas de vida sin necesidad de reservar con semanas de antelación y descubrir rincones que no aparecen en todos los itinerarios. A menudo, además, resultan más asequibles y cómodas de visitar.

Ahí están Liubliana, acogedora y verde capital de Eslovenia; Nimes, con sus restos romanos en pleno sur de Francia; Graz, elegante y universitaria; Bergen, puerta de entrada a los fiordos noruegos; o Vilna, capital báltica de aire bohemio. A ellas podemos sumar Plovdiv, en Bulgaria, y Breslavia, en Polonia, para hablar de siete ciudades que demuestran que, al viajar, mirar más allá de lo típico puede ser todo un acierto.

Liubliana (Eslovenia)

Pequeña, acogedora y atravesada por un río lleno de terrazas, Liubliana tiene ese aire tranquilo que tanto se agradece en un viaje corto. La capital eslovena se recorre a pie sin complicaciones, entre plazas animadas, puentes con historia y un castillo medieval que vigila la ciudad desde lo alto. Además, es una urbe joven, con mucho ambiente universitario, bicicletas por todas partes y un ritmo de vida que invita a quedarse más tiempo del previsto.

La huella del arquitecto Jože Plečnik está en buena parte de sus rincones, desde el Puente Triple hasta el mercado central. Y a todo esto se suma el verde: parques, senderos junto al río y el Tivoli, el pulmón de la ciudad. Liubliana no es solo un destino en sí mismo, también es un punto de partida perfecto para conocer los Alpes eslovenos, el lago Bled o las cuevas de Postojna.

Nimes (Francia)

En el sur de Francia, Nimes sorprende con algunos de los restos romanos mejor conservados de Europa. Su anfiteatro es tan imponente que aún hoy acoge conciertos y espectáculos (además de hacer de coso taurino), mientras que la Maison Carrée es un templo clásico que ha resistido casi dos milenios. Pasear por sus calles es hacerlo entre vestigios de la antigua Roma mezclados con plazas típicamente provenzales y un ambiente relajado.

Pero Nimes es más que historia antigua. La ciudad cuenta con museos modernos, terrazas soleadas y una gastronomía que bebe de la cocina occitana y mediterránea. Sus jardines, como los de la Fontaine, ofrecen un respiro entre visita y visita. Y lo mejor: a diferencia de otras urbes francesas más famosas, aquí se puede disfrutar de todo sin grandes aglomeraciones.

Graz (Austria)

Austria no es solo Viena o Salzburgo. Graz, la segunda ciudad del país, tiene un casco histórico declarado Patrimonio de la Humanidad, con palacios renacentistas, calles barrocas y la colina del Schlossberg como punto de referencia. Desde su torre del reloj se obtienen algunas de las mejores vistas de la ciudad, con tejados rojizos que se extienden hasta el río Mur.

Su ambiente universitario le da un aire joven y dinámico, visible en sus cafés, mercados y en la vida nocturna. Además, Graz sabe combinar lo clásico con lo contemporáneo, tal y como vemos en la Kunsthaus, un museo de arte moderno, con una arquitectura futurista, que contrasta con las fachadas históricas que lo rodean. Una mezcla que hace de esta ciudad un destino diferente dentro de Austria.

Bergen (Noruega)

Casas de madera coloridas y alineadas frente al muelle, montañas que rodean la ciudad y el mar siempre cerca: esa es la primera imagen que deja Bergen. El barrio de Bryggen, con sus antiguos almacenes hanseáticos, es Patrimonio de la Humanidad y probablemente el rincón más fotografiado. Pero Bergen también tiene un ambiente relajado y marinero que se respira en su mercado de pescado y en sus cafés junto al puerto.

Más allá de su encanto urbano, Bergen es la puerta de entrada a los fiordos noruegos. Desde aquí parten excursiones en barco que muestran algunos de los paisajes más espectaculares de Escandinavia. Y, sin embargo, la ciudad conserva un tamaño manejable, fácil de recorrer a pie o en funicular hasta el monte Fløyen, desde donde tendrás la mejor panorámica de la ciudad.

Vilna (Lituania)

Vilna sorprende en Lituania por su mezcla de estilos y su aire creativo. Su casco antiguo, de callejuelas empedradas y plazas barrocas, es uno de los más grandes del este de Europa y está repleto de iglesias de diferentes épocas. Pasear por él es descubrir catedrales, patios escondidos y rincones tranquilos, de esos que tanto cuesta encontrar en las ciudades europeas más concurridas.

A todo esto se suma Užupis, un barrio bohemio que funciona como ‘república independiente’ dentro de la ciudad, con su propia constitución llena de artículos curiosos. Arte callejero, talleres y galerías completan el ambiente alternativo de Vilna, que combina lo histórico con una vida cultural muy viva.

Plovdiv (Bulgaria)

Pocas ciudades en Europa pueden presumir de tener un pasado tan al alcance de la mano como Plovdiv. En pleno corazón de Bulgaria, sus calles guardan restos romanos de primer nivel, como el teatro al aire libre y el estadio, además de ruinas tracias y medievales. Todo ello integrado en una ciudad que se siente cercana y fácil de recorrer.

El casco histórico, con casas de época otomana y callejones empedrados, es perfecto para pasear sin prisas. En los últimos años, Plovdiv ha ganado protagonismo internacional (fue Capital Europea de la Cultura en 2019), pero todavía conserva un ambiente tranquilo y precios más que razonables para comer, dormir y disfrutar de la vida local.

Breslavia (Polonia)

También conocida como Wroclaw, esta ciudad polaca se levanta sobre islas conectadas por más de cien puentes, lo que le da un carácter muy especial. Su Plaza del Mercado, con fachadas coloridas y un ambiente alegre, es el corazón de la ciudad y uno de los rincones más animados del país.

Pero Breslavia tiene también detalles únicos: decenas de pequeñas estatuas de enanos repartidas por sus calles, iglesias góticas como la catedral de San Juan Bautista y un ambiente universitario que la llena de vida. Menos visitada que Cracovia o Varsovia, ofrece una experiencia diferente y más tranquila sin renunciar a la riqueza histórica y cultural de Polonia.