Vi un video en YouTube: en el escenario había tres sillones. En el del centro, un hombre casi de 90 años, orador e invitado de honor. A su izquierda, la presentadora - que debía leer sólo una breve biografía- se tomó media hora hablando. El invitado esperó sentado, visiblemente incómodo, se acercó a quien tenía a su derecha y dijo, “ya me voy”. Se levantó y abandonó el auditorio.Ese instante me pareció una lección brutal: cuando alguien convierte una presentación en un monólogo interminable, la atención y la dignidad del otro se van.

Lo interesante es que esto no pasa únicamente en escenarios formales, conferencias o foros académicos. Pasa todos los días en juntas de trabajo, en sobremesas familiares, en debates políticos o incluso en conversaciones con amigos. El patrón se repite: alguie

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