En el extremo más meridional de los Estados Unidos de Norteamérica, donde el Atlántico besa el Canal de la Florida y el Golfo de México se cuela entre manglares, se extiende una cadena de islas bajas, largas y caprichosamente dispuestas: los Cayos de la Florida.
Esta sucesión de islotes de coral y roca caliza, que se desgranan como cuentas de un collar roto, fue durante siglos el límite del mundo conocido para quienes miraban al Sur desde el continente. Y, durante mucho tiempo, llegar hasta el último de esos cayos, Cayo Hueso (Key West), implicaba una auténtica travesía marítima, entre arrecifes, mareas impredecibles, nubes de mosquitos y tormentas tropicales. Todo eso cambió en 1912… bueno, no tanto lo de los mosquitos.
Fue entonces cuando un tren, sí, un tren, llegó por primera vez rod