
Las agencias espaciales asumen que recurrir a la industria privada puede reducir gastos y acortar plazos . Ese argumento ha guiado a la NASA desde que amplió su red de contratistas en el sector aeroespacial, convencida de que las empresas competirían por ofrecer proyectos más rentables que los desarrollos internos . La idea se apoya en la lógica del mercado: la eficiencia surgiría del incentivo económico y de la gestión empresarial frente al peso administrativo de una institución pública.
Esa expectativa de ahorro impulsó a la agencia a ceder buena parte de la fabricación de sus naves , un cambio que alteró la forma de planificar misiones y reconfiguró su relación con compañías como SpaceX, Lockheed o Raytheon , lo que dio paso a la historia que hoy la enfrenta a sus propios cálculos.
Un estudio desmonta la promesa de eficiencia de la industria privada
El núcleo del debate apareció en un trabajo publicado en la Journal of Spacecraft and Rockets , analizado también por el Financial Times , que comparó 69 proyectos espaciales financiados por la NASA. Los autores examinaron 22 desarrollos propios de la agencia y 47 a cargo de contratistas, con el objetivo de determinar si el origen público o privado influía en el coste final de las misiones .
La conclusión principal contradijo la promesa inicial: las compañías resultaron tan ineficientes como la institución que las contrataba . En algunos casos, la propia NASA administró mejor los recursos que sus socios empresariales, pese a su estructura burocrática.
La explicación de este resultado se encuentra en la clasificación técnica de las misiones. Los proyectos catalogados como clase C o D , de menor riesgo, presentaron presupuestos más bajos cuando fueron ejecutados por la industria . En cambio, las misiones clase A y B , que exigen mayor control de calidad y supervisión constante, mostraron un gasto equivalente sin importar quién las desarrollara .
El estudio observó que el peso del aparato y la complejidad de la operación influyen más que la titularidad del constructor , lo que reduce el impacto del modelo de gestión en los costes totales. En promedio, la fabricación de una nave representa el 40% del presupuesto global de la misión , por lo que el margen de ahorro resulta limitado.
El análisis financiero se apoyó en ejemplos concretos. El satélite meteorológico Suomi NPP , fabricado por Raytheon y Ball Aerospace, alcanzó un coste ajustado por inflación de 922 millones de dólares en 2012. En contraste, el satélite de observación FAST , diseñado en el Centro Goddard de Vuelos Espaciales de la NASA, se construyó con un presupuesto de 73 millones. La diferencia muestra que la participación privada solo mejora la rentabilidad en proyectos menores o con piezas estandarizadas. Cuando la misión exige tecnología específica o control exhaustivo, los resultados se igualan.
Los recortes en la NASA impulsaron la apuesta por SpaceX
Mientras tanto, las decisiones políticas acompañaron esa tendencia. El gobierno de Donald Trump redujo cerca de un 20% la plantilla de la agencia , con la salida de más de 2000 trabajadores con experiencia en programas centrales. Ese recorte coincidió con una mayor cesión de contratos a empresas privadas.
Elon Musk se convirtió en figura recurrente de esa transició n: su compañía SpaceX asumió compromisos de alto valor económico, entre ellos el programa Starship, con el que la NASA prevé regresar a la Luna. La adjudicación, firmada en 2021, se interpreta como una puesta a prueba del modelo de cooperación público-privada en su versión más ambiciosa, con un proyecto que todavía afronta retos técnicos relevantes antes de cumplir su objetivo.
El panorama que deja el estudio no es alentador para quienes defienden la externalización como sinónimo de eficiencia. Los resultados muestran que la complejidad técnica y la magnitud de la misión condicionan el gasto mucho más que el tipo de desarrollador. Las corporaciones pueden reducir costes en tareas repetitivas o con componentes de serie , pero cuando la investigación o la precisión tecnológica dominan el proceso, las ventajas del mercado se desvanecen. La agencia afronta así el reto de equilibrar control, presupuesto y dependencia industrial, mientras cada nuevo contrato pone a prueba la frontera entre iniciativa privada y gestión pública.