En la vida, cada uno elige su camino y si tiene suerte también puede elegir su final. Miguel Ángel Russo murió como había elegido. Nunca abandonó su lugar en el banco de suplentes pese a ser diagnosticado con cáncer hace más de un lustro. Eligió seguir sentado en la silla eléctrica de la dirección técnica, donde como un fuego fuerte la vida se consume rápido. Nadie duda que ser entrenador, especialmente en la Argentina, es un trabajo apeteciblemente insalubre cargado de stress y sinsabores. “Miguelo” quedará en la historia del fútbol argentino no solo por ser uno de los pocos entrenadores que mueren dirigiendo en Primera División sino también por la gran cantidad de títulos obtenidos: con Lanús, con Estudiantes, con Rosario Central y con Boca. En un fútbol de exhibicionistas, eligió el tra

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