Por Yesenia Cuello / Beacon Media
Tenía 14 años la primera vez que trabajé en un campo de tabaco junto a mi familia.
Entramos en un campo donde no se veía el fin. Recortamos agujeros en bolsas de basura negras para ponerlas sobre la ropa y protegernos del rocío. El líquido que rociaban los tractores al otro lado de la carretera nos provocaba picazón en la nariz y lagrimeo en los ojos. Ignoramos lo que nos dijeron que era "vitaminas para las plantas" lo que se estaba rociando.
El tabaco era más alto que la mayoría de nosotros, lo que hacía imposible ver entre las hileras, ya que el sol hacía que el aire se agitara y la humedad aumentará, pesada y sofocante.
Cuando por fin dejamos de sudar y empezamos a sentir el aire fresco detrás del cuello, aunque nuestra visión seguía borrosa, pensam