
Muy pronto en la vida comienza nuestra relación con el dinero: desde las primeras monedas dejadas por Ratoncito Pérez a cambio de pequeños dientes de leche (compra-venta) a las pagas de padres y abuelos (rentas). Y bueno es aprender pronto a gestionarlo.
Empoderar para decidir
La educación financiera no es solo cuestión de concienciar y transmitir información, sino de empoderar a las personas para que se sientan capaces de tomar decisiones acertadas de ahorro e inversión.
Más allá de entender conceptos económicos básicos (inflación, tasas de interés, diversificación), la educación financiera también consiste en aprender a aplicar esos conocimientos en la vida cotidiana.
Para invertir es importante conocer y comprender las características de los productos de inversión y ahorro: cuentas, depósitos, fondos, acciones, bonos. Y, para ahorrar de manera consistente en el tiempo, disciplina: anticipar, o al menos monitorizar, y controlar los ingresos y gastos.
La condición humana
Un elemento que dificulta el ahorro es nuestra propia naturaleza: más allá del pensamiento racional, a la hora de tomar decisiones tendemos a elegir el gasto inmediato y su fogonazo de dopamina a postergar la recompensa del ahorro (y sus intereses). Caemos en la tentación del consumo y dejamos el guardar para más adelante.
La cuestión es que la llegada de las tecnologías financieras ha facilitado tanto los pagos que los usuarios han dejado de percibirlos como lo que son: gastos. Apenas un clic en el ordenador o pasar el teléfono inteligente por la terminal de pago aumentan el riesgo de hacer compras impulsivas y, por tanto, hacen caer la capacidad de ahorro.
La eficiencia fintech pone a prueba, pues, nuestra capacidad de tomar decisiones racionales en el uso de nuestro dinero.
Educación financiera para reducir la desigualdad y la pobreza
La educación financiera trasciende el bienestar de las familias, se globaliza y participa en la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS). Tres ejemplos:
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Es clave para alcanzar el objetivo 1, la erradicación de la pobreza, pues permite tomar decisiones financieras informadas.
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La educación financiera de las mujeres es determinante si se quiere alcanzar la igualdad de género (objetivo 4): mejora las perspectivas de autonomía económica y acceso a recursos financieros (préstamos, ahorro, inversión).
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El diseño y aplicación de programas de educación financiera puede ayudar a reducir la desigualdad económica (objetivo 10).
Las edades del ahorro
Lo cierto es que las decisiones de ahorro e inversión dependen de factores que van más allá del conocimiento, la racionalidad y la autoconfianza: las necesidades y posibilidades financieras no son las mismas comenzando el propio proyecto vital y profesional que alcanzada ya la edad de retiro.
Pero, además, hay que tomar en cuenta la aversión al riesgo, que va a depender del perfil del inversor (de más arriesgado a más conservador) y determinará qué instrumento financiero se adapta mejor a la relación entre su disposición a perder (riesgo) y sus expectativas de ganancias (rentabilidad).
Llegada la jubilación, haber tenido un ahorro planificado y haber sido capaz de tomar decisiones de inversión adecuadas ayudará a obtener unas rentas que, más allá de la pensión, permitan una buena calidad de vida durante un periodo que cada vez tiende a ser más largo.