Por Jeniffer Díaz Córdoba

Era una noche estrellada. La luna brillaba más que un sol al mediodía no el sol picante y fastidioso, sino aquel que impulsa a correr y refugiarse bajo la sombra cálida de un gran árbol, así resplandecía. Esa noche, del viernes 5 de septiembre del 2025, un viernes social, familiar, de parche y amigos, pero en cuestión de minutos, esa luz se apagaría por completo; se experimentaría en un cuerpo que, aunque respirara, se sintiera muerto por dentro, vacío y como si lo hubieran enterrado en una tumba.

Eran las 7:00 p.m. y todo transcurría con normalidad para una “familia” de tres integrantes, superficialmente amorosos, atentos, serviciales, cada miembro miraba a través de los ojos de la otra persona, donde se sentía que, si se separaban en algún momento, no podrían

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