Hay algo en las series coreanas que no se puede explicar solo con números o éxito en Netflix. Es algo más sutil, más humano.
Una sensación cálida que se queda cuando termina el capítulo, una mezcla de ternura, melancolía y esperanza que hace que quieras seguir mirando aunque ya sepas en qué va a acabar.
Los K-dramas tienen un poder que pocas producciones logran: te hacen sentir acompañado. No importa si la historia ocurre en un hospital, una cafetería o en una oficina llena de dramas laborales; Detrás de cada trama hay una emoción tan genuina que parece escrita para ti.
El arte de contar lo cotidiano como si fuera mágico
Las historias coreanas no necesitan explosiones ni superhéroes. Les basta con una mirada, un gesto torpe, un paraguas compartido bajo la lluvia. Tienen la habilidad d