Con el refrescante aire matutino, los trabajadores salen de sus hogares en las afueras y se apresuran hacia los edificios industriales que bordean las carreteras de la capital guatemalteca.

Algunos van a pie. Otros en motocicleta; familias enteras viajan a la escuela, hijos en brazos de sus madres. Muchos más viajan en viejos autobuses escolares amarillos, importados de Estados Unidos tras décadas de servicio.

Los trabajadores son casi en su totalidad mujeres, de entre 18 y 60 años. Entran en tropel a las fábricas, pasando por pesadas puertas metálicas y muros de 3 metros coronados con alambre de púas.

Lo que sucede dentro de estas fábricas textiles, conocidas como “maquilas” en toda Centroamérica, permanece en gran parte oculto a la vista del público, a pesar de que emplean a decenas d

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