Amar el arte en un territorio en el que ese amor apenas se está inventando requiere corazón e inteligencia. Cuando Francisco Antonio Cano (Yarumal, 1865-Bogotá, 1935) nació, el mundo ya había experimentado momentos cumbre gracias al trabajo de artistas y talleres que habían edificado, decorado, retratado, urbanizado y hasta demolido la obra de sus antecesores. Pero aquí, en la Yarumal del siglo XIX, el mundo era joven en ese sentido. Las montañas que no olvidan habían visto el trabajo orfebre y la cerámica de las comunidades indígenas, pero estos eran los tiempos del dibujo, el óleo, la pintura y otras técnicas que demoraban una eternidad en llegar sostenidas, y apenas, en el lomo de una mula.

Todo el pueblo había visto el talento del muchacho; Yarumal era poco para lo que él necesitaba.

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