Una de las cosas que más llaman la atención de la enciclopédica y hagiográfica obra de Darío Villamizar sobre las guerrillas en Colombia es la inmensa disociación que existía entre lo que estas creían ser y lo que en realidad eran.
No hay ninguna organización insurgente, por marginal y minúscula que fuera, que no dijera representar a la totalidad del pueblo colombiano. Entre más pichurria, más grandilocuentes sus comunicados. Cuatro gatos en el monte espantando zancudos eran el “ejército del pueblo”, la “vanguardia armada de la revolución” o el “poder popular”.
La única manera de explicar racionalmente este delirio de grandeza –las Farc, por ejemplo, cuando el muro de Berlín caía, convocaron su Octava Conferencia para planear un gobierno de transición una vez colapsara el régimen de la o