El primer concierto de abono llegó como las cosas que vuelven a su sitio. La Sala Iturbi recibió a un público en gran parte habitual, entre gestos de saludo y alguna butaca vacía que no enfrió el ambiente. Se palpaba en él una curiosidad serena: ¿cómo sonará la casa este año? El Palau se puso en pie con un programa que medía tres tiempos de una misma idea de sinfonismo: afinar la memoria del estilo con Haydn, ensanchar los oídos con Sánchez-Verdú y comprobar el aliento con Brahms.
De fúnebre, la Sinfonía n.º 44 de Haydn tuvo poco en esta lectura. Y no era para menos. Desde el primer segundo, Alexander Liebreich marcó con gestos de sonrisa contenida, y la Orquesta de Valencia respondió con articulaciones firmes frente a legatos bien tejidos y un juego de planos que acercaba la sinf