La cultura de la cancelación no se crea ni se destruye, solo se transforma, y eso resulta evidente no solo si se tiene en cuenta que la exclusión de la esfera pública de personas que adoptan actitudes problemáticas es algo que los humanos llevamos haciendo al menos desde la Antigua Grecia , cuando cualquier ciudadano que resultara vagamente amenazante podía ser condenado al ostracismo .

Desde que obtuvo el don de la ubicuidad a lo largo de la última década de la mano de movimientos sociales como el ‘#MeToo’ y asociado a la caída en desgracia del productor Harvey Weinstein – violador convicto – y presuntos depredadores sexuales como Kevin Spacey , Louis C.K. o Woody Allen , el concepto ha dejado de ser patrimonio exclusivo del progresismo .

Tras resignificarlo

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