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A veces sentimos cómo el mal se escabulle en nuestros días. Sentimos que el miedo y el hambre podrían atacarnos. Lo percibimos cerca, acechando, incursionando entre nuestras neuronas . Primero llega al corazón y juega a detenerlo. Y seguir adelante con el corazón quieto es tarea de equilibristas. Porque luego avanza sobre tu estómago, haciendo nudos, y nos tira cemento en los zapatos.
Detenemos todo. Miramos cómo nuestros pasos se vuelven lentos, temerosos. Pero seguimos. Sentimos cómo los animales bestiales de nuestra infancia afilan el cuchillo a la distancia, listos para comerse nuestra cabeza con papas.
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