Pekín ha puesto sobre la mesa un relato que parece sacado de un guion cinematográfico: uno de sus cazas J-16, un aparato de cuarta generación, habría sido capaz de detectar, perseguir y «fijar» para un hipotético disparo a un F-22 Raptor, el caza furtivo por excelencia de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. El supuesto incidente, presentado como un éxito en unos ejercicios militares, es ante todo un calculado golpe de efecto que busca redefinir el equilibrio de poder aéreo en el Pacífico.

De hecho, este episodio se enmarca en la creciente tensión estratégica entre China y la administración del presidente Donald Trump. Más que una simple anécdota de vuelo, la maniobra se interpreta como un mensaje de disuasión directo a Washington, una forma de proclamar que la ventaja tecnológica norteam

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