El turismo no solo transforma las calles. También afecta cómo sienten los vecinos su ciudad. Entender el turismo desde la psicología social permite verlo como una relación humana, con tensiones y límites, no solo como una industria.

Hablar de emociones puede parecer poco técnico. Pero es esencial para crear modelos turísticos sostenibles y ciudades habitables.

En ciudades como Barcelona o Lloret de Mar, convivir con millones de turistas es un desafío. No solo urbano sino también emocional. Grafitis como “Tourists go home” o protestas contra los pisos turísticos no expresan odio al visitante. Reflejan el cansancio de quienes sienten que su ciudad ya no les pertenece.

Gente con pancartas contra el turismo masivo.
Protesta contra el turismo en Lloret de Mar (Girona) durante el verano de 2024. Fotografía realizada por vecinos afines a la plataforma UALEP (Un Altre Lloret És Possible)

En mi investigación doctoral sobre vecinos y turismo quise entender este malestar. Analicé medios, protestas vecinales y emociones cotidianas de los residentes. Descubrí que la turismofobia no es odio al turista. Es una reacción emocional ante un modelo turístico que ha sobrepasado los límites de la convivencia.

La turismofobia nació en los titulares

Aunque el término turismofobia se popularizó en los medios españoles en 2016, no nació en los barrios. Al analizar el tratamiento mediático del turismo en Barcelona comprobé que el concepto surgió en las redacciones. Los medios lo usaron para simplificar un fenómeno complejo. Cualquier crítica vecinal al turismo se interpretaba como “odio al turista”.

Esta etiqueta desvió la atención. Sirvió para desactivar la protesta y presentar a los vecinos críticos como enemigos del progreso. Pero sus quejas no iban contra los turistas: se dirigían al modelo turístico. Señalaban la presión sobre la vivienda, la saturación del espacio público y la pérdida de identidad barrial.

En trabajos posteriores mostré cómo este discurso mediático refuerza los estereotipos y dificulta la empatía. Cuando el conflicto se presenta como una fobia se pierde la posibilidad de diálogo.

Del “no al turismo” al “sí a la ciudad”

En entrevistas con vecinos, activistas y trabajadores del sector turístico conocí colectivos como la Assemblea de Barris pel Decreixement Turístic, en Barcelona, y Un Altre Lloret És Possible, en Lloret de Mar. Ninguno de ellos pedía eliminar el turismo. Reclamaban recuperar su derecho a la ciudad: a vivir, trabajar y decidir sobre su entorno.

En otros estudios comprobé que los residentes valoran medidas que intentan controlar los impactos del turismo. Por ejemplo, regular los pisos turísticos o limitar el acceso a zonas saturadas. Sin embargo, muchos critican no poder participar en su diseño. “Queremos poder vivir aquí”, repetían. Esa frase resume una reivindicación política y emocional.

El papel de los ciudadanos en la transformación urbana

Los vecinos no solo sufren los efectos del turismo masivo: también pueden ser agentes de cambio. Participar en asociaciones vecinales y proponer soluciones ayuda a que la ciudad refleje las necesidades de quienes la habitan. Colaborar con las autoridades no significa rechazar a los turistas. Significa buscar un equilibrio donde la convivencia, el respeto por el espacio público y la vida cotidiana sean lo más importante. Así, la ciudad deja de ser solo un lugar turístico y vuelve a ser un hogar compartido.

El turismo mata los barrios. Fuente: Arran Països Catalans.

Muchos vecinos y pequeños empresarios prefieren hablar de regulación, no de decrecimiento. En lugar de decir “no al turismo”, piden “sí a la convivencia”. En ambos casos quieren recuperar el control sobre un territorio que sienten saturado e inseguro.

El cansancio emocional del turismo

El impacto más invisible es emocional. En encuestas a más de 400 residentes de Barcelona y Lloret de Mar observé un patrón claro: el estrés, la irritación y el nerviosismo aumentan con la presión turística.

En Barcelona, tres de cada cuatro vecinos muestran signos de malestar; en Lloret de Mar, dos de cada tres. Llamo a esto agotamiento emocional urbano: sentir que se vive en un lugar que ya no ofrece descanso ni control.

No se trata de odio irracional. Es una respuesta al estrés que provoca la presencia constante de visitantes y comportamientos incívicos. En Lloret de Mar, la dependencia económica del turismo suaviza el malestar. En Barcelona, donde la vida cotidiana se ve más afectada, se intensifica.

Hacia una gestión turística empática

La solución no pasa por reducir turistas sino por aumentar la empatía institucional. Escuchar a los residentes y reconocer su malestar como legítimo debe formar parte de cualquier política turística.

Una gestión empática significa diversificar la economía, limitar flujos en zonas saturadas, garantizar el derecho a la vivienda y combatir el incivismo. También supone cambiar el discurso oficial. En lugar de hablar solo de competitividad o atracción de visitantes, se debe hablar de bienestar local.

En realidad, la turismofobia es un síntoma de que una ciudad necesita respirar. Una gestión más humana –con límites, participación y reconocimiento emocional– puede devolver ese aire perdido. Una ciudad sostenible no solo necesita equilibrio económico o ambiental: también debe ser emocionalmente habitable.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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Ana Soliguer Guix no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.