En el segundo cuarto, una carrera de 78 yardas lo convirtió en el centro de atención sin necesidad de palabras. Fue un movimiento limpio, casi elegante: un giro en el aire, un pie que no tocó el suelo hasta el end zone, y el estadio se calló por un segundo —como si hasta los fanáticos de Tampa Bay supieran que algo histórico acababa de nacer.
Lo que vino después no fue casualidad. En el tercer cuarto, una zambullida de cinco yardas, con el cuerpo bajo y los brazos extendidos, selló el segundo touchdown . Pero no fue solo eso. Mientras los Buccaneers intentaban reconstruir su ofensiva con pases largos y errores de contención, Gibbs seguía moviéndose como un reloj suizo: 15 yardas por tierra, luego 28 por aire, como si el juego se adaptara a su ritmo, no al contrario.
“No pensaba en es