Tres carreras. Una sola pelota. Y de pronto, todo lo que se había construido con precisión quirúrgica durante siete entradas se desmoronó como un castillo de naipes en viento fuerte.
George Springer no solo conectó un jonrón. Lo que hizo ese martes por la noche fue reescribir el código de lo posible en postemporada. “No pensamos en el pasado. Pensamos en el siguiente bateo” , dijo uno de sus compañeros después, con la camiseta aún pegada al pecho por el sudor y la adrenalina. Era una frase sencilla, pero en ese contexto, sonaba como un mantra de generación.
Los Marineros habían dominado cada detalle: lanzadores que cambiaban de velocidad como si tuvieran un control remoto, defensas que se deslizaban como bailarines de tango, y estrategias que parecían salidas de un algoritmo. Pero