La apelación a los lazos de sangre como un valor irrenunciable nunca deja de ser una metafísica, más allá de algo inobjetable: quien empieza el tránsito por el mundo comienza su camino al lado de padres o tutores; con ellos se aprende una lengua, se adquieren preferencias diversas, se modela la experiencia afectiva. Son años decisivos. Contingencia y azar, no se elige dónde nacer, y nunca resulta fácil saber qué se ha elegido realmente por cuenta propia.

Azul Aizenberg no eligió ni a su padre ni a su madre, pero sí quiso pensarse más allá de la inscripción de los lazos primarios. No titubeó en emplear lo que suele llamarse “la novela familiar” para entrever en la historia de un apellido lo que no pertenece ya al orden de los afectos, sino a otro determinante: la pertenencia de clase socia

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