Desde sus inicios en los años 50, la Fórmula 1 ha sido sinónimo de velocidad y riesgo constante . Aquellos primeros monoplazas eran simples en comparación con los coches actuales: volantes grandes, palancas manuales y prácticamente ningún sistema electrónico. Cada adelantamiento dependía casi únicamente del instinto del piloto y de la potencia del motor.

Con el paso de las décadas, la tecnología comenzó a cambiar radicalmente la forma de conducir en la F1. que ayudaban a controlar la potencia, la gestión de frenos y la tracción. Poco a poco, la cabina del piloto dejó de ser solo un espacio para manejar el coche y se transformó en un auténtico centro de control.

Ahora, cada monoplaza está diseñado para conseguir el mejor rendimiento en pista y para eso, el volante es el centro de mando

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