Antes de que las manos mojadas lleguen a la parte trasera del cuello, a la frente, a los hombros, las muñecas o la cara, la mirada devota queda sostenida frente a la imagen inmensa de José Gregorio Hernández, el primer santo de Venezuela.

Desde que se habilitó la fuente donde reposa su estatua, frente a la iglesia Nuestra Señora de La Candelaria, los comportamientos son los mismos: unos cierran los ojos, oran y hunden las manos en el agua que todavía parece limpia. Otros la observan, sonríen y después de mojarse las manos, se persignan y siguen su camino. Hay quienes lanzan miradas de renuencia, con pena de acercarse a echarse su agüita y mostrar públicamente su fe.

Escondido tras los pocos árboles que hay en el lugar, alguno lanza una foto de lejos y dice: «Hay que mostrársela a Ana, qu

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