Los almuerzos de directivas en días de clásico suelen desarrollarse en restaurantes encopetados de Madrid y Barcelona donde nadie come con las manos. Son esos peajes que no valoramos de los directivos no tragaldabas porque exigen el sacrificio de guardar las formas y disimular las alegrías de los contratiempos ajenos.
–Joan, llevas un lamparón en la corbata. Creo que es del consomé.
Ninguna de las respectivas victorias en Liga de Campeones fue un ejemplo de solidez
–¡Gracias Florentino! ¿Qué tal tus digestiones? Te veo muy flaco...
Lo mejor de los almuerzos de directivas es que a nadie se le ocurre proponer compartir los entrantes, esa moda tan simpática que examina los modales, obliga a comer lo que no te apetece y acelera el ritmo de una comida.
¿Y esto a qué viene? El clásico del