Juan Carlos I vive sus días más amargos. A sus 87 años, el que un día fue el rey más poderoso de Europa se siente cada vez más anciano, más débil y, sobre todo, más solo. En Abu Dabi, rodeado de lujos que ya no le dicen nada, el emérito rumia una única idea: volver a España. Ha intentado acercarse a su hijo, Felipe VI, pero el actual monarca no da su brazo a torcer. La orden sigue siendo la misma que hace tres años: mejor lejos que cerca. Una manera discreta de proteger la corona y evitar nuevas tormentas mediáticas.
Esa distancia entre padre e hijo se ha convertido en una herida abierta. Juan Carlos no entiende por qué se le niega el regreso, y su orgullo herido lo lleva a reaccionar como siempre: con impulsos. Primero fue su inesperada demanda contra Miguel Ángel Revilla por “vuln

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